Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 3 de julio de 1889
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Gamazo
Número y páginas del Diario de Sesiones: 15, 415-419
Tema: Interpelación del Sr. Romero Robledo acerca de las causas que han motivado la terminación de la anterior legislatura

No está la temperatura, Sres. Diputados, para pronunciar discursos; y si el Sr. Gamazo me lo permitiera, yo, en vez de hacer no discurso en contestación al bien meditado y lleno de intención que acaba de oír la Cámara, me limitaría a departir familiarmente con S.S. sobre algunos de los puntos que ha tratado, prescindiendo de otros sobre los cuales, aparte de que no me agrada discutir con S.S., estaría demás cansar a los Sres. Diputados con repeticiones de todo punto inútiles, porque nadie ignora todo lo que aquí ocurrió, no sólo por lo que se ha dicho, sino por lo que todos han visto.

Voy, pues, aunque tratando de cosas graves, a departir familiarmente con S.S. No quisiera que de mis palabras resultara un discurso bueno o malo, como yo los pronuncio siempre, y empiezo por decir a S.S. que ha estado sobrado injusto con su partido suponiendo que no ha hecho absolutamente nada en la cuestión económica y que a S.S. no se le ha hecho caso ninguno. En esta parte está profundamente equivocado; porque S.S. ha pedido muchas cosas, la mayor parte de las cuales están ya concedidas. ¿Por qué? Porque las quería también la opinión de la mayoría del partido y las deseaba el Gobierno.

Por esto puedo afirmar que desde la cuestión de dehesas boyales hasta la última ley económica que se ha presentado a las Cámaras, ha marchado el Gobierno en la dirección de las corrientes de S.S. y en la dirección de las corrientes de la mayoría, y S.S. conoce bien los disgustos que a mí me ha costado el seguir en cierta parte las corrientes y las indicaciones de S.S. Sabe el Sr. Gamazo que la primera disidencia que S.S. manifestó dentro del Gobierno, fue en la cuestión de las dehesas boyales, y no ignora tampoco el trabajo que me costó y los disgustos que tuve que sufrir por inclinarme a las tendencias y aspiraciones de S.S., que al fin y al cabo se realizaron.

Después, ¿qué quería S.S.? Economías, como las queremos todos; y como en eso estamos de acuerdo, el Gobierno las ha hecho, las estamos haciendo, nos hallamos dispuestos a hacerlas mayores, y a fe a fe que ya a estas horas llevamos propuestas más que las que S.S. en un principio se imaginó y pedía, porque con las que vienen en este presupuesto pasan de 30 millones de pesetas. No serán tantas como las que el país necesita, ni todas las que el partido liberal podrá hacer en definitiva; pero son más, mucho más que las que ha hecho hasta ahora partido alguno y todos los Gobiernos, incluso los de que S.S. formó parte. (Aprobación).

¿Qué quería S.S.? ¿Que se aliviaran las abrumadoras cargas que pesan sobre la agricultura? También en ese sentido ha marchado el Gobierno, y también ha hecho lo posible en esa misma corriente, y por esto el año pasado se rebajó, aunque poco, que para el contribuyente es poco, pero para el Tesoro es mucho, se rebajó algo la contribución territorial y se alivió bastante el impuesto de consumos. Será poco para el contribuyente; pero ya sabe el Sr. Gamazo y saben los Sres. Diputados a cuánto ascienden estas rebajas que hicimos el año pasado en el presupuesto todavía vigente. Pues ascienden a 22 millones de pesetas. Que esto es poco, que esto no es todo lo que deseamos, que no es todo lo que la agricultura necesita, yo también lo reconozco; pero es bastante para hecho en un año por este Gobierno, pues no se puede así de pronto, y sin sustituirlos con otros o hacerlos innecesarios, arrojar los ingresos del Tesoro.

Resulta, pues, que en beneficio de la agricultura hemos rebajado del presupuesto de ingresos 22 millones de pesetas por efecto de la reducción de la contribución sobre la agricultura y del alivio que hemos dado a las clases más necesitadas en la de consumos; 22 millones, que con otros 30 de economías introducidas en el presupuesto de gastos, suman 52 millones de pesetas? (Muy bien, muy bien.-Rumores en alguna tribuna).

(El Sr. Presidente de la Cámara intenta poner orden para que siga con su discurso el Sr. Presidente del Consejo de Ministros).

Resultan, como decía, y lo repetiré porque deseo que se oiga bien claro, 52 millones de pesetas como total sacrificio hecho por el Tesoro del Estado: 22 millones en el concepto de rebaja o alivio de [415] tributación a las clases más necesitadas, y 30 millones de economías en los gastos públicos. Esto es lo que nadie debe ignorar.

¿Quería el Sr. Gamazo rebajar las tarifas de los caminos de hierro? Pues ningún Gobierno ha hecho tanto como éste para que se rebajen. ¿Es que no lo ha conseguido? ¿No sabe S.S. que a consecuencia de las rebajas logradas, hay regiones de España que antes no podían y ahora pueden llevar sus cereales al litoral para competir, como compiten ya, con los que vienen del extranjero? ¿Qué, no es esto nada? ¿No está eso en las corrientes que S.S. ha defendido?

Y no quiero ir enumerando una porción de medidas que se han tomado, en conformidad con los deseos y aspiraciones de S.S. Pero ¿qué quiere el señor Gamazo? ¿Que se haga todo lo que a S.S. le parece mejor? Pues hay algo en que no están conformes todos, y yo tengo que atender a la opinión del país y a la de la mayoría; que no puede S.S. querer que yo me ocupe exclusivamente de las peticiones, muy legítimas y bien formuladas, de S.S., pero no superiores a las que con igual derecho y con igual convencimiento formulan también otros Sres. Diputados.

Imposible parece que se queje así el Sr. Gamazo; pero si sucede, es porque a S.S. le pasa un poco, y permítame que se lo diga, de lo que a aquel niño mimado, que pide muchas cosas y se le van dando todas, hasta que llega una petición en la que no es posible complacerle, y entonces se enoja como si no se le hubiera dado nada, pisotea los juguetes recibidos y llora con inmenso desconsuelo. (Risas). Pero el señor Gamazo llega a, más; porque si no se hace lo que él quiere, dice que el partido liberal no puede seguir gobernando. ¡Qué manifestaciones, Sres. Diputados! Yo agradezco mucho a S.S. el propósito de continuar dentro del partido liberal; pero, francamente, continuar dentro del partido para mandarle al ostracismo porque no hace lo que S.S. quiere, me parece una pretensión demasiado exagerada; por lo exagerada, soberbia; y por lo soberbia, absurda. (May bien).

El Sr. Gamazo, que ha sido Gobierno, sabe bien cómo en todos los actos de la vida, pero macho más en los actos de gobierno, se tropieza con las asperezas de la realidad, y cómo los propósitos más firmes no pueden realizarse por eras asperezas, de las cuales los hombres de gobierno no pueden evadirse; y aun en la vida íntima de los partidos, no basta que un Diputado como S.S. tenga sus aspiraciones. ¿No ve S.S. que hay otras aspiraciones perfectamente contrarias? ¿Y qué hace ante era contradicción el Gobierno?

El contingente del ejército quiere S.S. que se rebaje, y si no se rebaja, se incomoda. (EL .Sr. Gamazo: Quiere S.S.). Yo quiero muchas cosas, Sr. Gamazo (Grandes risas); pero no pretendo realizar lo que no es realizable. El Sr. Gamazo, si no se rebaja el contingente del ejército, se incomoda y no se va del partido; le condena, como he dicho, al destierro y al ostracismo. Pues bien; cedo a las exigencias y a las pretensiones del Sr. Gamazo, procuro rebajar el contingente del ejército, y se incomoda y se va el Sr. Cassola. Y así todo lo demás; porque después de todo, el programa económico de S.S., dadas las cosas que se van realizando, queda reducido a dos o tres puntos. ¿Cree su señoría que hay acuerdo y armonía acerca de ellos? Su señoría quiere el alza de los aranceles y la imposición sobre la renta. Pues bien, Sr. Gamazo; dentro de la mayoría, y no ya dentro de la mayoría, sino dentro de las demás oposiciones, no sólo no hay acuerdo sobre esto, sino que cada cual tiene su opinión distinta. Hay unos que piensan como S.S., pero hay otros que opinan todo lo contrario en las dos cosas, es decir, que no quieren ni el alza del arancel ni la imposición sobre la renta; existen otros que desean el alza del arancel y no la imposición sobre la renta, y otros que admiten la imposición sobre la renta, pero de ninguna manera el alza de los aranceles.

Y yo pregunto al Sr. Gamazo: ¿es posible, sobre puntos tan debatidos y en que hay opiniones tan diversas, fundar la existencia o la no existencia de un partido? ¿Es posible, por tanto, tratándose de estos extremos, decir: venga un partido a resolverlos, y márchese el partido liberal, porque no se cree capaz para darles solución? No; sobre esto no puede hacerse el programa de un partido, ni siquiera el de una fracción. Las cuestiones económicas se deben debatir como tales, y poco a, poco van haciendo su efecto en la opinión, hasta que al fin y al cabo la opinión pública viene a imponerlas lo mismo a unos que a otros partidos; y de ahí mi afán de siempre, de que bajo cierto aspecto todas las cuestiones económicas se separen en absoluto de la política, aunque claro es que no hay cuestión económica ni de ningún otro género que venga al Parlamento que no tenga carácter político, especialmente en el Parlamento español, donde se da carácter político a todo, con tal de que ese carácter convenga a los propósitos de alguien. Pero voy a aquello que más principalmente me ha obligado a pedir la palabra; a lo que tiene relación con los propósitos del Sr. Gamazo, en combinación con otros individuos de la mayoría, y a la participación que de eso se me ha dado a mí, porque esto importa mucho para el debate. Yo, Sr. Gamazo, no he tenido conferencia ninguna con los Sres. Martos y Montero Ríos; hace mucho tiempo que no los he visto. (El Sr. Martos: Juntos, no; pero separadamente, hemos hablado con S.S.). Yo tuve noticia de lo que había hablado su señoría con el Sr. Montero Ríos y con el Sr. Martos, y no sé si con algún otro Sr. Diputado, acerca de las cuestiones económicas; tuve esa noticia por el señor Montero Ríos, porque él, que estaba, en efecto, en parte conforme con lo que SS. SS. deseaban, quería que se viniera a una especie de transacción, pero de acuerdo con el Gobierno; y cuando al Sr. Montero Ríos se le pusieron dificultades, porque él quería que el Gobierno supiese era coincidencia a que habían SS. SS. llegado, antes de que se presentaran los presupuestos, para ver si el Gobierno podía aceptar en todo o en parte algo de lo que SS. SS. pretendían, contestó diciendo que no continuaba mientras no supiera lo que el Gobierno pensaba de ese asunto.

Conferenció conmigo el Sr. Montero Ríos, y le dije que el Gobierno no podía aceptar lo que se proponía, sobre todo respecto del impuesto sobre la renta y del alza del arancel, porque sin cerrar la puerta a esas reformas, creía que en estos momentos eran inoportunas. Y entonces dijo el Sr. Montero Ríos: pues una vez que sé la opinión del Gobierno, no tengo nada quo hacer en esto; porque todo, menos procurar, menos contribuir a una discordia dentro del partido liberal. (Muy bien) No volví a saber nada; y me parece que en vísperas de discutirse la proposición del Sr. Villaverde, encontrándome aquí al Sr. Presidente de la Cámara que bajaba de su Presidencia, lo dije: "Señor [416] Martos, hay que ver cómo se arregla el debate de la proposición que ha de discutirse". "Pues vamos, me contestó, a mi despacho, y lo arreglaremos". Creo que estaba S.S. aquí y vino con nosotros, y me parece que también lo hizo el Sr. Moret. Tratamos por incidencia de estas cuestiones? (El Sr. Gamazo: Nosotros fuimos llamados por el Sr. Martos para hablar de eso y no de otra cosa). Para tratar del giro que había de darse a la proposición del Sr. Villaverde. Y hablamos por incidencia de esa cuestión sobre si habían coincidido algunos de la mayoría en estas ideas, pero nada más; no se dijo nada más.

Después de hablar del giro que había de darse a la proposición del Sr. Villaverde, giro que por supuesto no siguió como se había determinado, sino otro enteramente distinto, nos separamos sin resolver absolutamente nada y sin saber yo entonces cuál sería en definitiva la situación del Presidente del Congreso. Esto es lo ocurrido, hasta que, como dije en otra ocasión, fui llamado por el Presidente de la Cámara momentos antes de votarse la proposición del Sr. Villaverde, en cuyo instante me sorprendió con la desagradable noticia de que sus compromisos adquiridos le obligaban, o a dimitir la Presidencia o a abstenerse de votar. Ya expuse también antes de ahora los esfuerzos que yo había hecho para que el Sr. Martos no adoptara ni una ni otra resolución, porque cualquiera de las dos me había de producir y había de producir a la mayoría y a la situación los mismos disgustos, las mismas dilaciones y hasta los mismos escándalos; porque, dada la actitud que habían adoptado ciertas oposiciones con motivo de lo que se llamaba la conjura, hubieran sacado de su dimisión el mismo partido que han tratado de sacar de su abstención. Por esto en esa entrevista hice yo esfuerzos inauditos para que el Sr. Martos prescindiera de esas dos soluciones; y viendo que no le podía convencer, le decía: pero ¿qué compromisos puede tener el Presidente de la Cámara, que sean anteriores y más solemnes que los que tiene contraídos ante la mayoría y el Gobierno? Que es cuestión de conciencia, me replicaba S.S. ¿Pues cómo la conciencia puede obligar a S.S. a cumplir compromisos contraídos a la sombra, con dos, con tres o con cuatro individualidades, y esa misma conciencia no le obliga a S.S. a cumplir los compromisos que a la luz del día tiene contraídos con la mayoría y con el Gobierno? (Muy bien).

Al ver que todo mi plan se venía abajo con la resolución del Sr. Martos, plan que consistía en empezar a debatir el día siguiente con toda tranquilidad el sufragio universal, alternando con las leyes económicas a medida que se fueran presentando dictámenes, para que al discutirse después estas leyes económicas, como había necesidad de discutirlas en el Senado, pudiera concluirse el debate de tan importante ley política como la del sufragio en el Congreso; al ver que esto se venia a tierra, hice esfuerzos sobrenaturales para convencer al Sr. Martos de que no realizara ni una ni otra cosa, ni la dimisión ni la abstención. No quiso seguir mis consejos y siguió entonces los de nuestros adversarios, porque al suplicarle que oyera a algunos amigos, en la seguridad que yo tenía de que le habían de aconsejar lo mismo que le aconsejaba yo, entonces fue cuando me dijo que el primero con quien quería consultar era con el Sr. Gamazo; a lo cual repliqué: pues me alegro de que llame Vd. y consulte al Sr. Gamazo, porque tengo la seguridad de que le va a aconsejar lo mismo que yo.

Y en efecto, llamó al Sr. Gamazo, al que yo mismo planteé la cuestión, diciéndole: Señor Gamazo, el señor Presidente se empeña en hacer una cosa que yo creo inusitada, y que no puede hacer sin traer una perturbación inmensa a la mayoría y a la situación; lo que quiere hacer el Sr. Martos es abstenerse, es ir contra la mayoría en esta cuestión de subir o bajar el arancel, y yo le pido que vote, no como Diputado, porque como Diputado, por lo visto, votaría con S.S., deduciéndolo de lo que ha hecho con sus amigos, que los ha obligado a votar con S.S.; pero yo quiero que vote como Presidente, y le llamo a Vd. aquí para ver si le aconseja lo que yo le aconsejo. Y entonces creí oír al Sr. Gamazo: "Yo no puedo obligar al Sr. Presidente a que no vote con la mayoría; por mi parte, tiene completa libertad para ello; yo estoy agradecido a lo que ha hecho en favor de la proposición, de mis propósitos y de mi actitud; pero no puede llegar mi exigencia ni mi deseo hasta el punto de que se separe de la mayoría; por mi parte queda en libertad". Y yo entonces le dije al Sr. Martos: ¿ve Vd. cómo todo el mundo le va a aconsejar lo que le aconsejo yo? Y el Sr. Martos me contestó: "Pero es que está interesada en el asunto mi conciencia".

A todo esto, necesitaba yo venir aquí porque tenía pedida la palabra; iba a resumir el debate, debía concluir la discusión, y tuve que decirle al Sr. Martos: "Siga Vd. ¡por Dios! consultando a sus amigos, que yo tengo la seguridad de que todos le han de aconsejar lo mismo que yo lo he hecho, para bien de todos.

Después supe que en lugar de llamar a los amigos para consultarles, llamó a los adversarios, que, claro está, le aconsejaron lo contrario. Por lo visto, el compromiso del Sr. Martos también en eso era con los adversarios, y éstos eran los únicos que le podían levantar el compromiso contraído. (El Sr. Romero Robledo: Los adversarios no dieron consejo. El Sr. Cassola era amigo).

Después de esto, el Congreso verá quién ha producido la discordia en el partido y quién ha tratado de evitarla a todo trance.

Y uniendo lo que dejó referido con todo lo que se ha visto después, fácilmente se comprende que juzgando por lo meramente externo, se haya hablado de lo que se llamaba la conjura, suponiéndose que se trataba de cosa creada, desenvuelta y dirigida contra el Gobierno y la mayoría por el Presidente del Congreso, elegido por ella. ¿Se trataba para esto de buscar precedentes? ¡Ah! el caso sería único; no se encontraría ninguno, porque hecho semejante no tiene parecido en la historia del Parlamento español, ni en la historia de Parlamento alguno.

Pero ¡es grande la cosa! Antes, todo el mundo hablaba de la conjura como de la cosa más natural del mundo, y eso entristecía el alma. ¡Hablar de conjura, y hablar de ella como de la cosa más natural del mundo, como si se hubiera perdido toda idea de consecuencia, como si no existieran en este país sentimientos de adhesión y de gratitud a las personas y de adhesión y lealtad a los partidos! (Rumores.-El Sr. Cassola pide la palabra). Ya nadie habla de la conjura; ya no hay conjura, ya no hay conjurados; ¡más vale así! Más vale que se demuestre que no la hubo; ¡ojalá que se pueda demostrar que no ha habido [417] conjura y que no ha habido tampoco conjurados; porque hablar de conjura de la manera que se venía hablando, hacía daño a toda conciencia honrada! (Rumores.- El Sr. Martos: Lo que hace daño es lo que hace S.S.; valerse del medio retórico de decir por lo bajo cosas que ofenden). Me refiero a los que hablan de conjura como si fuera la cosa más natural del mundo; porque creo que no se puede hablar de conjura como cosa natural y corriente, sino cuando no hay sentimientos de nobleza en el alma. (El Sr. Martos: Aquí no había conjura; pero si S.S. parte de ahí, pido al Sr. Presidente que se escriban esas palabras. -Rumores). Pues que se escriban.

Esto naturalmente ha producido alguna perturbación dentro del partido liberal. Yo he hecho todo lo que me ha sido posible para evitarla. ¡Ojalá que todos hubieran procedido lo mismo!

Yo no sé si en el orden económico se ha hecho lo bastante; pero buscar para una cuestión económica, en la cual el Sr. Gamazo puede tener razón, a los que estuvieran de acuerdo en ella y al mismo tiempo a los que pudieran tener algún disentimiento o disgusto con el Gobierno, no me parece bien ni buen camino para mantener la armonía y la unidad del partido. (El Sr. Gamazo, D. Germán: ¡Pero si el Gobierno no me hace caso!).

Ese es un error de S.S. ¿Qué quiere S.S.? ¿Que yo le haga caso contra todos los demás? Yo le he hecho caso en cuanto he podido hacérselo. Si cada vez que un Sr. Diputado, porque tiene una aspiración y no se le satisface en ella, se ha de creer en el caso de hacer lo que S.S., yo declaro que no sólo no hay partido liberal, sino que no hay partidos posibles. (El Sr. Gamazo, D. Germán: ¿Era cuestión libre, o no?).

Cuestión libre para debatirla entre nosotros. (Rumores en las minorías); pero para dar satisfacción a otros partidos, para enflaquecer y aniquilar el partido liberal, para eso no. (Muestras de aprobación en la mayoría). Era, pues, una cuestión libre, que S.S. pudo haber defendido con toda energía, que pudo haber votado según le hubiera parecido, y respecto a la que podía haber hecho todo, menos llamar a los enemigos (El Sr. Gamazo, D. Germán: No he llamado a ningún enemigo). Su señoría hizo un llamamiento a todas las fracciones. (El Sr. Gamazo, D. Germán: Busqué la opinión de la Cámara en sus hombres más significados). Su señoría hizo más, y no por eso lo vitupero; S.S. dijo que se iría con quien resolviera esta cuestión, aunque no fuera de su partido. ¿Es posible vivir así dentro de un partido? (El Sr. Gamazo, D. Germán: Que apoyaría al que lo hiciera).

Sea de ello lo que quiera, la verdad es que, como consecuencia, se ha producido una perturbación y ha habido una disgregación de fuerzas; si bien es cierto que después de todo, y a pesar de todo, se debe esperar que ha de ser momentánea, porque S.S., que está contra los partidos terceros o contra los grupos intermedios, no podrá menos de reconocer que esto que hoy ocurre quedará convertido en una disidencia, más o menos larga, pero que al fin y al cabo tendrá la misma suerte que todas las disidencias; que vencedoras o vencidas, vienen a resolverse en arrepentimiento por los desengaños de la realidad. (Muy bien).

No hay más que una cosa de malo en estas cuestiones, y es, que el amor propio influye mucho en todas ellas y hace que se vengan a resolver tarde, que en vez de resolverse, como remedio eficaz todavía, en los tiempos prósperos, se aguarda a resolverlas como tardío remedio en los tiempos adversos. (Aprobación en la mayoría.-Rumores en algunas minorías).

Yo siento que a algunos no les gusten estas ideas, porque ya saben la suerte que les espera; pero ésta es la verdad y la realidad de los hechos; esto nos demuestra la historia de todas las disidencias, y no sólo ha pasado aquí, sino que, por fortuna, ha ocurrido en todas partes; porque, Sres. Diputados, demoler uno u otro de los partidos, uno de los dos grandes partidos de la Monarquía, es dejar indefensas a las instituciones, que necesitan de este doble antemural para que puedan existir tranquilamente y para que su existencia y las funciones que les corresponden sean verdadera garantía de la paz de la Nación.

Al decir esto, no lo digo por egoísmo, no lo digo a favor de la unión del partido, cuya jefatura debo a la confianza de mis amigos, no; al protestar como protesto contra toda tendencia que vaya en el sentido de perturbar cualquiera de estas grandes fuerzas políticas, lo hago por un interés más alto, por un interés nacional; porque al desear que el partido liberal continúe unido y fuerte, no es menos vehemente mi deseo respecto del partido conservador; porque desear otra cosa es querer rebajar la vida política, haciéndola descender de la esfera de las ideas a la esfera de las personalidades. ¡Ah! ¡Buen porvenir, lisonjero porvenir ofrecen a la Patria los fabricantes de grupos intermedios con pretensiones de terceros partidos!

Claro está que en principio no se puede sostener que no hayan de existir en cada país más que dos partidos; pero la verdad es, Sres. Diputados, que la experiencia, en las Naciones en que se practica este régimen parlamentario, demuestra que si no sucede esto, rara vez marcha bien la política; porque las fuerzas disgregadas y allegadizas que aparecen frecuentemente en los Parlamentos son infecundas y perturbadoras, y cuando obran aisladamente y en daño de las grandes agrupaciones, son un entorpecimiento para la marcha del régimen, desacreditan el sistema y llegan a infundir en el país el anhelo de la dictadura, en perjuicio del Parlamento y de la libertad. (Aprobación). Ejemplos de esto nos ofrecen todas las Naciones, y muy particularmente Inglaterra, que es maestra en esta clase de cuestiones, o Italia, que practica el sistema constitucional con gran entusiasmo.

En todas partes, por susceptibilidades, por impaciencias, por ambiciones, muchas veces legitimas, de los hombres políticos, han aparecido grupos intermedios con programas más o menos artificiosos, que se han dado el nombre de grandes partidos, y que han procurado, con más o menos talento, con más o menos violencia, adquirir el poder; pero no han hecho efecto en la opinión pública, no han podido convencerla, y no han logrado, por tanto, alcanzar el poder, deshaciéndose en la inutilidad de sus esfuerzos para volver a su antiguo partido, y juntarse las guerrillas con los ejércitos.

Pues bien, Sres. Diputados; ya que se traen tantos ejemplos del extranjero, bueno será que tengamos presentes estos ejemplos que yo cito ahora, por la grande enseñanza que ofrecen. Recuerdo que en Inglaterra, el grupo capitaneado por el Marqués de Hartington, en su disidencia con Gladstone por la cuestión de Irlanda, lo que después de separarse del partido liberal hizo, fue ayudar a los conservadores, y [418] hasta el extremo de que alguno de sus individuos es hoy Ministro del partido conservador. En Italia, la famosa disidencia de la Pentarquía, que llegó a contar 70 Diputados, a pesar de estar compuesta de hombres muy eminentes, no consiguió el poder; jamás la llamó el Rey a sus Consejos; no conquistó la opinión pública; hasta que cansada de luchar estérilmente, volvieron a sus antiguos lares los hombres que la formaron, entre los cuales, por cierto, estaba Crispi, actual Presidente del Consejo. (Un Sr. Diputado: No ha perdido el tiempo). Pues perdió todo el tiempo que estuvo en la Pentarquía; y lo perdió, porque para llegar a ser Presidente del Consejo tuvo que abandonar la disidencia, volver a su partido, y más tarde formar parte del Ministerio presidido por Depretis, sin lo cual es seguro que no hubiera llegado a ser Presidente del Consejo.

Véase, pues, cómo perdió el tiempo, y lo digo para que sirva de enseñanza. Y pido que se tengan en cuenta estos ejemplos, porque es verdaderamente lamentable la facilidad con que en nuestro Parlamento se forman grupos intermedios y la prontitud con que, según su pretensión, se constituyen inmediatamente en partido; siendo aún más deplorable la intemperancia con que al día siguiente de pacer así piden el poder, como si de derecho les correspondiera, y la intemperancia con que anuncian tempestades, perturbaciones y revueltas si el poder no se les da en seguida. (Risas). Por lo demás, Sres. Diputados, yo creía que la cuestión del sufragio estaba ya terminada para el partido liberal, porque nadie ignora que este partido la sometió a una Junta de personas por él elegidas, que eran las que podían dar mejor interpretación a la fórmula que sirvió de bandera al propio partido, tal y como estaba constituido.

Pues bien; esas personas determinaron la fórmula; y todavía fueron tan prudentes, que esa fórmula fue consultada por cada una de las personas que la determinaron, a las diversas tendencias que constituían la mayoría; y cuando todas esas tendencias estuvieron de acuerdo, entonces la dieron como fórmula del partido. Será buena, o será mala; pero ésa es la fórmula del partido. ¿Es que conviene, por transacción con los demás partidos, modificarla? Enhorabuena; pero como fórmula de partido, no puede modificarse, si hemos de cumplir honradamente los compromisos que como tal partido tenemos contraídos ante el país. Para esto, como para todas las cuestiones económicas, el partido liberal tiene fuerza y eficacia suficientes; porque, después de todo, ante la disgregación que amenazaba a la mayoría del partido, se ha presentado ésta tan fuerte, tan disciplinada, tan compacta, tan llena de la confianza de su robustez y de su vigor, que verdaderamente puede y debe alegrarnos y enorgullecernos a todos. El partido liberal, ante esa disgregación, se ha manifestado más fuerte que nunca, con todas las condiciones propias para el gobierno, y espero que por la lógica inflexible de los sucesos, los que de nosotros se han separado a nosotros han de volver, porque aislados y solos, con un jirón apenas de la bandera, no pueden hacer más que esterilizar sus talentos sin conseguir resultado ninguno en los hechos ni en las ideas.

El partido y la mayoría del partido liberal representan un instrumento tan robusto y tan eficaz de gobierno como pocas veces se ha visto en este país; y esta mayoría, que tiene la conciencia de su poder y de su grandeza, esta mayoría cuenta absolutamente con todos los elementos necesarios para salvar todas las dificultades que se presenten y resolver los problemas que en el orden político y el económico se encuentren pendientes.

En la moderación de esta mayoría está su fuerza; energía, cuando la energía ha sido necesaria; modesta, cuando la moderación convenía; en su moderación, repito, está su fuerza, y con su moderación, con su energía y con su fuerza, debida al número y a las ideas, puede el partido liberal ofrecer firmísimas garantías al país, para que sepa que podemos ir satisfaciendo sus deseos, y firmísima garantía también a los principios liberales y a la Monarquía constitucional de Don Alfonso XIII. (Aplausos) [419]



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